28.10.2015 / Opinión

La patria grande o la rosca chica

A estas horas en que rumorean que Scioli se baja, existe una sola posibilidad de ganar el 22 de noviembre: nuestra capacidad militante de persuadir como nunca antes.

por Gonzalo Unamuno




Para evitar una catástrofe el 22, es urgente oír a la militancia genuina que está convocando en todo el país a superar las instancias de un internismo mezquino y absurdo, a dejar de lado la rosca y la especulación que algunos sectores propios están pretendiendo instalar y ser consientes de que lo que nos jugamos no son algunas terminales políticas desde donde generar poder, nombrar funcionarios o expandir orgas, sino absolutamente todo lo construido en los últimos 12 años. En  pocas palabras: nos jugamos la patria que Néstor levantó del piso en 2003.

La tropa, lógico, sintió el golpe del domingo. El 54% del 2011 nos llevó a cometer un error que casi nos cuesta la vida: nos enamoramos de nosotros mismos. Desde entonces jugamos solos. Inclusive las campañas las hicimos más para contarnos entre nosotros que para sumar nuevos votantes.

Bien, pero resulta que nadie conduce al peronismo por estas horas en un escenario que ni el más pesimista imaginaba. El triunfalismo, después de mucho tiempo, de momento va por la vereda de enfrente y la imagen, -que creíamos imposible-, de Cristina poniéndole la banda presidencial a Macri es una pesadilla que se nos viene encima.

Pese a este escenario que, lejos de amilanarnos nos obliga a una reacción inmediata, existen versiones falsas (en los medios opositores, en las redes sociales, en los mercados) que habilitan la sospecha de que se cerró con Macri y que existe una supuesta orden de dejarlo a Scioli solo, librado a su suerte, para que no siga adelante. Porque, señalan, sea cual fuere el resultado, la continuidad del modelo ya se perdió y el kirchnerismo cumplió un ciclo.

Quienes lo sostienen se amparan en que Scioli no es garantía de continuidad. Afirman que a esta altura él y Macri son casi lo mismo y que además Daniel, si gana, se la va a cobrar a cada uno de los que le soltaron la mano, a ese sector de “Olivos” que mandó a La Cámpora al búnker de Aníbal mientras el Luna Park del sciolismo se hundía en solitario; al que omitió su nombre en los folletos de campaña que sí llevaban el de Zannini.

A este juego de especulaciones estúpidas se suman las negociaciones por los posibles cambios en el gabinete sciolista, que obligaría a pactar con sectores opositores sumando debilidad y condicionamientos a su eventual gobierno.

También se extienden rumores sobre el “fuego amigo” al que inoportunamente hizo mención Aníbal y que dio letra al internismo berreta; hay quienes afirman que la derrota bonaerense confirma que a Julián Domínguez le robaron la elección en las PASO, lo que explicaría que la sumatoria de votos obtenidos en ella por ambos candidatos del FPV no se haya reflejado el 25 de octubre. ¿Cómo es que Aníbal sufrió tanto corte de boleta? ¿Lo propios le mandaron a votar en contra, con la boletita cortada?

Además de falsos, son datos muy menores en tiempos en que nos jugamos el destino del país. Si no entendemos que es hora de poner toda nuestra capacidad persuasiva, nuestro pragmatismo eleccionario para un único objetivo y perdemos tiempo en señalizar a los culpables de los resultados de un domingo fatídico y en enunciar vía Facebook, Twitter infantilmente todo lo malo que puede ocurrir si Macri gana, es porque de política no aprendimos nada. Ahora es cuando se pagan caro boludeces como la de Carta Abierta, que fue a votar desgarrada.

Nadie niega que lo vivido el domingo es una derrota; haber perdido nuestro bastión histórico a manos de Vidal es una realidad que nos sacude y que nos empuja a la autocrítica. Pero pasó. Vamos a tener años de lamento para desmenuzar por qué perdimos, qué se hizo mal, qué no se hizo, quiénes fueron los traidores. Van a haber libros de historia, estudios sociológicos, mares de tinta intentando explicar por qué pasó lo que pasó.

Explicar las derrotas, hablar desde el rencor, el resentimiento, nunca fue nuestro trabajo. Ahora restan 24 días para corregir qué es lo que no comunicamos bien, dejar la mezquindad de lado, encarar el futuro y salir a persuadir a los votantes de Massa tanto como a los progresistas y del FIT.

Porque lo que las urnas reflejaron el domingo no es, como pretenden emplazar, una tendencia al famoso slogan mediático opositor de fin de ciclo. Tampoco se votó un cambio drástico; Scioli-Zannini fue la fórmula más votada en la mayoría de las provincias.

La elección que viene es una dimensión desconocida. Nunca se jugó en la argentina un ballotage y por más que se rasquen los pliegos de la historia pretendiendo establecer un paralelismo con las derrotas del 83 y del 99, nada tienen que ver. Por eso, si alguno escucha la última de las versiones de la factoría de roscas berretas y que consiste en que para la segunda vuelta los intendentes, gobernadores y demás actores u operadores políticos preponderantes no le van a laburar a Scioli la campaña, porque una cosa es la primera vuelta, en la que se juegan también su propio destino, y otra es salir en la segunda a inmolarse sólo por él, no se deje engañar.

Las elecciones se pueden ganar sin ellos. El límite es uno y es claro: jugar para Macri. Ya no se trata de nombres ni de rostros, sino de programas de gobierno. Debemos actualizar nuestra comunicación y ganar las calles. Sólo un zonzo puede creer que fueron globos amarillos lo que casi nos gana. Sabemos qué hay detrás de ellos.

Sería una ofensa a nuestra inteligencia y a nuestras condiciones de peronistas entregar la patria el 22 de noviembre a su principal enemigo. Argentina no puede más que seguir siendo pieza clave para la unidad latinoamericana y guía para un occidente que se hunde en sus propios índices.

Quedan 24 días. Es mucho tiempo, o muy poco. Si ponemos las cosas en su lugar ninguna rosca chica nos va a llevar a poner en juego la patria grande. Que los resultados del 25 sean sólo el cachetazo que nos despertó. Luchemos para hacer a Scioli presidente, para el 22 de noviembre poder decir que fuimos capaces de evitar a tiempo una tragedia.