11.02.2016 / Opinión

El casillero más difícil en el juego de las expectativas: las paritarias

Análisis y opinión sobre la situación económica y laboral que tendrá en puerta el gobierno de Mauricio Macri: la negociación de las paritarias.

por Manuel Adorni




Una de las cuestiones que sin duda destacan al equipo económico del gobierno es el minucioso manejo que han hecho con relación a las expectativas económicas. Cualquiera que tenga una leve noción de economía sabe que gran parte del correcto desenvolvimiento económico está dado en parte gracias a las expectativas que se tengan de cara al futuro. Y así es como lo ve Prat­-Gay y su equipo, apostando a que los involucrados en la economía argentina crean firmemente que mañana todo resultará un poco mejor que hoy.

Siempre es interesante (y relevante) lograr generar expectativas en el futuro. Las razones de éstas son varias, pero podemos ejemplificar con algunas cuestiones básicas: las probabilidades de que uno dedique parte de su ahorro a invertirlo depende fundamentalmente de lo que uno crea que va a ocurrir en el corto y mediano plazo, y en base a esto tomar la decisión de hacerlo o no, independientemente del tipo de inversión que se quiera realizar. Lo mismo ocurre con una corrida bancaria o cambiaria. ¿Qué razón habría tenido abocarse compulsivamente a comprar dólares el pasado 17 de diciembre, primer día sin cepo cambiario, si las expectativas mostraban que todo iba a seguir funcionando correctamente y los valores del tipo de cambio serían razonables? Aquí las expectativas (y otras razones, desde ya) son parte de la explicación. Todos estábamos convencidos que nada ocurriría en lo inmediato.

Nuestras expectativas jugaron a favor del levantamiento del cepo cambiario. No sólo en decisiones de inversión o compra de dólares influyen las expectativas. También lo hacen en temas más elementales como la confianza que tenemos en una entidad bancaria al depositar nuestro dinero o consumir financiándonos bajo el supuesto que siempre tendremos como mínimo el mismo poder adquisitivo que hoy. Pero también las expectativas interfieren en cuestiones más generales y trascendentes, como lo son las negociaciones.

Todo el juego de expectativas planteado por el gobierno fue parcialmente exitoso (en términos generales, claro está). Cuando el equipo económico tomó decisiones, las acompañó con un discurso narrando un futuro promisorio. Y tal vez el éxito estuvo dado porque jugó perfectamente con las expectativas en temas donde éstas definen el éxito o fracaso de una decisión.
Pero el gobierno llegó a un escollo que no se logró resolver con el arma utilizada en otros temas. Ya las expectativas no lograron aplacar la realidad: las paritarias ya están entre nosotros.

Tal vez fue solo un detalle más o tal vez una apuesta por el todo. No lo sabremos. Lo cierto es que las proyecciones oficiales que mostraban números amigables en torno a un 25 por ciento de inflación para todo el año no fueron suficientes para endulzar a los responsables de llevar adelante los reclamos salariales. No se sabe a ciencia cierta si esto ocurrió por la imponente inflación de los pasados meses de diciembre y enero o por los entredichos sobre topes de negociación entre el ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat­Gat, y su par en la cartera de Trabajo, Jorge Triaca, que pusieron un manto de duda sobre las reales opiniones en el Gabinete.

O simplemente porque nadie creería que luego de una devaluación en torno al 36 por ciento, la inflación pueda fluctuar en valores muy inferiores. Lo cierto es que Mauricio Macri está empezando a rozarse con uno de los conflictos más reales y peligrosos que le toca afrontar como Presidente de la Nación y posiblemente de esta negociación dependa gran parte del destino del plan económico.

El Gobierno sabe que gran parte del éxito de una devaluación (siempre dicho esto desde el plano económico únicamente) se da cuando ésta no genera una indexación general de la economía en porcentajes similares. Si ocurre una devaluación del tipo de cambio oficial en un determinado porcentaje y esto genera con el correr del tiempo que los salarios y los precios se incrementen en la misma proporción, de nada habrá servido entonces los ajustes cambiarios.
Esta sencilla y minimizada explicación da cuenta un solo posible resultado para el equipo dirigido por Prat­Gay: indefectiblemente las paritarias deben acordarse en valores cercanos a la inflación esperada. Cualquier intento de acercar las subas salariales a los niveles de depreciación del tipo de cambio oficial podría ocasionar que la primera batalla en serio contra la inflación, esté perdida de antemano.

Cuestiones de tan amplia repercusión como lo son las negociaciones salariales deben también discutirse indefectiblemente en el ámbito político. Y muchas veces éste es un terreno donde gran parte de la discusión toma su curso definitivo, al menos en la realidad. Y muchas veces las concesiones mutuas son parte de la pacífica convivencia. El Gobierno tiene el dinero y los sindicalistas la potestad de la negociación salarial. Tal vez puedan llegar a buen puerto café por medio. Será el caso de Hugo Moyano, Antonio Caló, Hugo Yasky, Armando Cavalieri y tantos otros nombres que auspician de representantes de trabajadores donde no será ni la primera ni la última vez que se vean envueltos en un dilema político y económico del cual siempre lograron salir airosos. Y seguramente ésta no sea la excepción, menos aún conversando con un gobierno que, según indican algunas encuestas, ostentaría hasta hoy una fuerte imagen positiva: nadie querrá cargar con la responsabilidad del fracaso económico.

Contra los pronósticos y las especulaciones existe la simple realidad y por esto es que el gobierno encontró una salida temporal al descrédito que generó en términos de proyecciones de inflación: paritarias semestrales y no anuales como nos tiene acostumbrados la Argentina.

Muchos dirán que es postergar el conflicto otros seis meses. Muchos otros dirán que es una solución intermedia que puede resultar exitosa. Lo cierto es que se enfrentan los dilemas: mientras que el gobierno sigue insistiendo con su meta inflacionaria ubicada por debajo del 25 por ciento para todo el año, da rienda suelta (con cierto grado de libertad) a los sindicatos para negociar aumentos semestrales que si bien anualizados estarán por encima de lo deseado por el gobierno, serán un éxito en relación al efecto psicológico que generen y será un principio de triunfo en pos de las ideas oficiales o al menos, un impasse que será aprovechado con creces y dará a Macri un respiro para los próximos meses de gestión.

Si Prat­-Gay y su equipo de colaboradores logran mermar la escalada inflacionaria para lo segundos seis meses del año, y el acuerdo con los grandes sindicatos logra que las paritarias sean en su mayoría semestrales, la operación político­económica oficial habrá sido un éxito. La duda que surge al desglosar el delicado dilema paritario y su acotada negociación semestral es si el gobierno seguirá utilizando las expectativas futuras o realmente logrará en la economía real que la inflación transite un camino de decrecimiento paulatino, de la mano de la reducción del déficit fiscal y la emisión monetaria, entre otras metas que están en la lista de los grandes desafíos económicos.

A medida que transcurran los meses, el juego de las expectativas será no solo cada vez más complicado de jugar sino que resultará también cada vez menos eficiente. Y la realidad quedará más tarde o más temprano develada: o ganará la expectativa o ganará la realidad. Y ojalá que siempre que se las nombre, sea porque se esté hablando de una misma cosa y las expectativas puedan transformarse con el tiempo, en similares realidades.