18.05.2016 / Opinión

¿A quién beneficia la política económica de Macri?

Nota de opinión sobre las principales medidas económicas de Cambiemos y el impacto que ha tenido en la sociedad.

por José Castillo




"Sacamos todas las retenciones a cualquier tipo de exportación para generar más trabajo. No entiendo por qué dicen que es para beneficiar a un sector. Será ignorancia o mala fe". Las declaraciones del Presidente Mauricio Macri, el pasado dos de mayo, nos sirven como disparador para esta reflexión. Comencemos con la respuesta obvia: fueron dos mil millones de dólares (30.000 millones de pesos) que el estado ya dejó de cobrar de impuestos, y se lo embolsaron directamente los monopolios sojeros o exportadores.

¿Generaron más puestos de trabajo? No hay registro que haya aumentado un solo puesto de trabajo en el sector, por otra parte uno de los que menos empleo absorbe en la estructura económica argentina. Tampoco que haya servido para resolver o paliar la crisis de sectores económicos “vecinos”, como el de la industria láctea. Lo que sí aumentó en forma astronómica fueron las liquidaciones de los exportadores agrícolas, que crecieron más del 100% y redundó en superganancias para el sector.
Se trata sólo de una pequeña “muestra” del inventario de ganadores. Podemos seguir con la renta financiera extraordinaria obtenida por los holdouts tras el pago realizado en marzo. O las diferencias que se están haciendo diariamente en el circuito financiero con las tasas de las Lebacs (y, en seguidilla, las que se hicieron con la devaluación y las que se siguen realizando en todas las operaciones del sector, con altísimas tasas, comisiones “liberalizadas”, etc.). O  interrogarse por las “diferencias” hechas por las petroleras con las subas de los combustibles o por el resto de los servicios públicos privatizados con el alza de tarifas. O el “vale todo” que se instauró en las cadenas productivas, la inmensa mayoría monopólicas u oligopólicas, o de comercialización, que aumentaron salvajemente los precios de los artículos de consumo en estos meses. Todo esto sucedió más o menos automáticamente, por decreto de necesidad o urgencia, resoluciones del Banco Central o, directamente por acción u omisión. Y, como se suele decir, “todavía faltan más beneficios” para el capital, como el anunciado blanqueo de capitales.

Del otro lado, los trabajadores recibieron una “falsa” suba del mínimo no imponible sobre ganancias, ya que finalmente serán alcanzados por el impuesto más que en años anteriores. La promesa electoral de la eliminación del tributo deberá “esperar al 2017” (y aun así veremos si se efectiviza). La miserable reducción del IVA para los sectores más vulnerables también tendrá que pasar lentamente por el trámite del Congreso, mientras que  el verdadero efecto “redistributivo” se hubiera alcanzado mucho más fácil y eficientemente entregando directamente la suma de dinero a los beneficiarios. Y, como vemos en estos días, la iniciativa de poner un freno a las suspensiones y despidos ha levantado una polvareda, donde su ensayaron los más diversos argumentos para terminar en lo que era desde el principio la definición del propio presidente: ninguna barrera para despedir, y el veto a cualquier iniciativa que lo plantee o así sea encarezca para las empresas el costo de las cesantías. Detrás de todo esto se esconde el objetivo de disciplinar a la clase trabajadora con el miedo al despido, para reducir su combatividad y poder imponer arreglos en los convenios colectivos inferiores a la inflación, o, como se suele decir desde el punto de vista empresarial: “bajar el costo salarial”.

La suma de todas estas políticas crudamente “clasistas” están generando, detrás de un escenario macroeconómico de “estanflación”, una feroz traslación de ingresos desde los sectores de ingresos fijos (asalariados, jubilados y beneficiarios de planes sociales) a los empresarios en general, específicamente a los más concentrados y, más en particular aún, al sector bancario, financiero y bursátil. Obviamente, la economía se “enfría”, ya que el 70% del producto depende del consumo.
Toda la apuesta del gobierno, fechada en su cada vez más etéreo “segundo semestre”, consiste en la llegada de la famosa “lluvia de inversiones”. Ya sea por las tasas de los Lebacs (o de los otros instrumentos de crédito que lanza la tesorería), por el futuro blanqueo, o por la ventajas concedidas al sector primario exportador, la realidad es que los dólares ya están llegando. Ingresan, y lo seguirán haciendo en los próximos meses, generando a la vez otra bicicleta financiera, la que surge producto de altas tasas de interés arbitradas con dólar retrasado. Lo que no se ve por ningún lado son las famosas “inversiones productivas”, que generarían empleo y desarrollo. Todas las políticas pro-patronales y antiobreras del macrismo apuntan a “generar confianza” para que vengan. Pero, como marca la experiencia, el capital es voraz, insaciable y siempre quiere más. ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno para seducirlo? Y, lo más importante, ¿la clase trabajadora argentina se lo permitirá? Detrás de estos interrogantes se juega el futuro en los próximos meses.