16.03.2017 / Indio Solari

Olavarría: El Rock ha muerto, que viva el Rock.

El ícono más importante del rock nacional tocó en una ciudad que recibió de brazos abiertos a un mar de gente. Para algunos una fiesta hermosa, mi vieja casi se muere.

por Chicho Pellegrini




Los hechos

Dos personas fallecieron producto de distintas variables pero ninguna relacionada a la organización del concierto. El peritaje toxicológico de las autopsias determinó que uno de los hombres -se reserva su identidad- tenía 1,7 gramos de alcohol por litro de sangre y había fumado marihuana. Además tenía un coágulo en el corazón, indicio de que la muerte podría haberse producido en otro contexto, fuera del recital. El otro había ingerido alcohol y cocaína. No existen signos de aplastamiento, ni asfixia, ni escoriaciones. Ninguna avalancha o aplastamiento produjo su deceso.  La muerte es una tragedia, sin dudas y siempre. El dolor es trágico e inconmensurable. Fueron a un recital con amigos o en familia y no volvieron a casa.


La Misa

La entrada al predio era desordenada y asombraba la magnitud del suceso. Calles y calles de gente reunida para disfrutar, cuando caiga la noche del esperado concierto. Mientras tanto, los huéspedes de turno ofrecían agua para el mate, cerveza, vino, fernet, sandwiches, etc. No puedo hablar por ellos pero los notaba contentos, felices de recibir a tanta gente en su pequeña ciudad. Comenzó el recital, el Indio lo detuvo porque cerca del vallado había algún tema por resolver. Gente que se había caído y que había que levantar. Los estaba cuidando de que no pase algo peor. Luego continuó con algunas interrupciones más, fue un espectáculo que duró más de dos horas. Toda esa gente se fue del predio con dificultad. Algunos con mucha dificultad, es cierto, pero nada lo suficientemente grave como para lamentar heridos o considerar desastres.


El show, la indignación y la muerte del rock.



Culminado el show, la agencia estatal de noticias Télam le informaba al país y al mundo que había siete muertos y decenas de heridos. Minutos más tarde unos de los portales de noticias más leídos del país aumentaba la cifra y decía que eran diez. Comenzaba así una carrera frenética para ver quién de todos los medios contaba más muertos, más heridos y describía con mayor horror la tragedia que nunca ocurrió. En ese momento no lo sabíamos, pero habíamos dejado de ser simples asistentes a un show para ser “sobrevivientes” de una tragedia.

Los medios atacaron la cultura del rock, buscaron instalar la idea de que la barbarie misma ocurría en esos eventos. Muerte, heridos, morbo. La idea es que no ocurra nunca más. A mi madre (y tantas otras) le subió la presión. Llamaba y no le contestaba nadie.  Pánico, miedo, psicosis, el alimento predilecto de una prensa que ha devenido carroñera. El peor de los miedos, mi hijo está muerto, pensó mi viejita.

Una cosa es indignarse porque la salida fue desordenada, o que faltaban baños químicos o que la organización fue deficiente. O muy deficiente. O realmente deficiente. Sobre eso cabe reflexionar y buscar las responsabilidades necesarias y en el próximo evento habrá que mejorarlo.

Tengo la sensación de que inventaron un monstruo que trató de asesinar a una de las cosas que más me gusta hacer en el mundo, con un montón de gente que me encanta. Lo hicieron deliberadamente. Un ataque a la siempre peligrosa y subversiva juventud, al rock. Un evento cultural sin precedentes en Argentina.

El artista vivo más importante de la cultura popular del país hace un show multitudinario. Algunas cosas fallan, se pueden mejorar, no hay dudas de eso. Pero lo que sucede es que desde Mariana Fabianni hasta Jorge Lanata todos mienten y usan palabras que no describen para nada el amor y la alegría con que la inmensa mayoría disfrutó esa actividad (¿sino por qué irían misa tras misa un número cada vez mayor de gente?). Hablan de codicia, usan la palabra sobrevivientes con una liviandad que no es inocente.

En Olavarría pasó algo maravilloso, se juntaron miles y miles de personas a disfrutar de un evento cultural sin precedentes. Lo hicieron con casi ningún policía. Lo vienen haciendo hace más de 15 conciertos sin ningún escándalo. Los medios buscaron, primero taparlo y después transformarlo en algo horroroso. Tratan de que no ocurra nunca más. Creo que muchos de los que estuvieron en Olavarría sienten esta angustia también. Cientos de opinólogos nos quieren contar una tragedia que no vivimos. Se masturban contando muertos que no existieron, un horror que jamás existió.

Cuando toca el Indio sucede algo que excede al sonido y está íntimamente ligado a la cultura del rock de mi generación y las aledañas. Lo que les jodió fue la juventud, les jodió el rock y hacia allí dirigieron el ataque con precisión asombrosa usando el arma que mejor saben usar, el miedo disparado a través de las pantallas de TV y los portales de información. Lo que buscan aniquilar es la experiencia de ir a ver un concierto de rock que dura un día entero en un lugar donde la gente te recibe de brazos abiertos. Compartís un asado con los tuyos y la gente es solidaria unos con otros como en pocos lugares en la salvaje sociedad en la que vivimos. Y todo eso, en gran medida sucede casi sin presencia de las fuerzas de seguridad del Estado. Eso debe asustarlos, mucho.

La cultura del rock que tenemos en nuestro país ha sufrido una herida fuerte. El artista que mejor representa en sus presentaciones esta hermosa manera de consumir cultura está siendo atacado hace varios días por televisión. Le cuentan las costillas, la billetera, cuestionan su vida y sus gustos. Lo quieren ver muerto, no físicamente. Lo quieren vencer. Que no toque más. Que no nos juntemos más. Que no estemos más juntos. Quedará en nosotros continuar festejando, y en él subirse a un escenario para que celebremos nuevamente.

Así terminaba la “tragedia” de la “Divina TV Führer”, así culminaba la última presentación del Indio Solari en un escenario. “Ji JiJi” y “Mi perro dinamita”.