09.07.2017 / OPINIÓN

La desorganización de la vida cotidiana

Cuáles son las políticas implementadas por el actual gobierno que desorganizaron aspectos estructurantes de la vida social y cómo condicionan los marcos de previsibilidad sobre los que la sociedad se articula.

por Nicolás Freibrun



Además del dispositivo escénico de su lanzamiento, CFK dejó algunas ideas para pensar. Entre ellas, una de las que merece ser señalada fue la del neoliberalismo como desorganización de la vida cotidiana. En efecto, hay allí una referencia a lo que podríamos llamar una micropolítica de la vida cotidiana, acaso una dimensión doméstica y local previa a los grandes trazos que delinean la macropolítica. En un sentido, varios aspectos del discurso político de CFK establecieron una diferencia con otros recursos utilizados anteriormente. El argumento central enfatizó la idea de que las políticas implementadas por el actual gobierno desorganizaron aspectos estructurantes de la vida social, en sintonía con las reflexiones de Robert Castel cuando aborda el problema de la “inseguridad social” como una característica de las democracias contemporáneas. En este marco, Cambiemos vino a trastocar y a dar vuelta lo que tenía una base más o menos estable, condicionando los marcos de previsibilidad sobre los que la sociedad se articula. El concepto de desorganización describe una situación presente pero que se proyecta hacia el futuro, y la palabra política funciona como una descripción del estado de cosas y al mismo tiempo como una advertencia.

Esto nos lleva a la otra cuestión que quiero plantear de un modo provisional y que es la siguiente: es posible detectar en los efectos del discurso político de CFK la necesidad de una idea de orden como producción social y política, como condición de estabilidad -y porqué no, también de posibilidad- democrática. La producción de un orden social y político previsible implica la generación de un sentido diferente de esa noción de orden. No nos referimos ni a la idea de conflicto ni a la idea de seguridad, que muchas veces se confunden pero que son percibidas de forma muy distintas por la opinión pública.

Para los movimientos democráticos y populares la idea de orden ha sido históricamente ajena a sus vocabularios políticos. Su representación era más bien negativa y venía a indicar la necesidad de transformar el orden establecido, una concepción que puede remontarse a las revoluciones modernas. Desde esta perspectiva, y con histórica razón, la noción de orden remite a un tipo de discurso conservador y autoritario. La conservación del orden fungía como consigna restauracionista legitimando las jerarquías sociales establecidas. Claramente, los usos políticos del concepto de orden no pertenecen, en general, al conjunto de ideas que han organizado las experiencias ideológicas de los movimientos populares.

Ahora bien. Retomando la idea original, la desorganización de la vida cotidiana halla su contrapunto en la idea del logro de un cierto orden conquistado. En el capitalismo mundializado la noción de orden aparece como un modo necesario de organizar las fuerzas anárquicas de la economía, que de forma creciente se autonomizan de las bases materiales de los Estados nacionales. En este contexto entendemos por orden el conjunto de condiciones políticas que hacen posible articular en el tiempo un orden previsible, que es siempre inestable y conflictivo. Es algo muy diferente al significado autoritario, reactivo o conservador que domina el clima de época contemporánea y que puede observarse en Donald Trump o en Marie Le Pen. Por el contrario -y creo que aquí reside un aspecto sustancial de la cuestión-, se trata de la producción de un orden como organización previsible de la vida social general, cuyo horizonte no puede ser sino una nueva articulación hegemónica consistente en la producción de condiciones de libertad-igualdad, como viene señalando Etienne Balibar.

La memoria política reciente de la sociedad vincula la falta de orden con el proceso sociopolítico que cristalizó en 2001, y cuyo significado traumático fue la descomposición del lazo social como resultado de crisis de la hegemonía neoliberal. Una vez en el poder, el kirchnerismo quiso reconstruir esos fragmentos. Queda para otra oportunidad una reflexión sobre esa apuesta, sobre sus limitaciones y potencialidades. Lo cierto es que si en muchas ocasiones el discurso kirchnerista se presentaba de forma confrontativa, lo hacía como un modo de articular su propia identidad tomando nota de la “crisis de la representación”, precisamente con la finalidad de ordenar el desorden. Tal vez, algunos aspectos del discurso pronunciado por CFK se orienten en esa dirección y acaso lo guía una potencial pregunta: ¿cómo volver a producir un sentido de orden que al mismo tiempo proponga un nuevo horizonte de progreso y bienestar?.