16.11.2017 / Opinión

Macrismo y cambio de forma

Una reflexión sobre las formas actuales de la políticas encarnadas por el macrismo y los desafíos que para una oposición consecuente significa el último resultado electoral.

por Christian Dodaro




El domingo de elecciones no paraban de salir boletas de Bullrich de los sobres en un colegio de Villa Lynch, San Martín. El Colegio denunciaba desde sus paredes las faltas de partidas para mantenimiento.

Se veían carteles del centro de estudiantes que denunciaban los cacheos y requisas de los policías locales, provinciales y de gendarmería. Se votó con un desaparecido en democracia, se votó con un muerto por reclamar el derecho a la tierra.

Pero las boletas del Ministro de Educación más inútil de la historia de la Ciudad de Buenos Aires y la Nación salían por montones. Miles de pibes sin poder anotarse en la escuela, el fraude de la inscripción on line, pero seguían saliendo, los maestros con sueldos a la baja, sin diálogo, sin negociación salarial, las aulas containers, pero seguían saliendo.

En este barrio de clases medias bajas el cuarenta por ciento de los votantes dio respaldo al crecimiento del desempleo, a la represión a los trabajadores y trabajadoras, a los tarifazos.

Algunos intelectuales salieron raudos a preguntarse ¿Qué es lo que la gente quiere?, ¿Qué es lo que la gente elige?, ¿Cómo lo elige?, ¿Qué es lo que podemos darle y a quienes? Ninguna de esas preguntas es novedosa, son las preguntas que el mercadeo, la publicidad y los estudios de opinión se responden diariamente. 

Pero sin caer en la tentación determinista y culpar a la concentración de medios y la gestión, administración, regulación y control de la circulación del sentido y mucho en la ingenuidad de que “la gente elige lo que quiere”, creo que la pregunta va por acá: ¿Cómo logra el macrismo que la gente abrace promesas incumplidas? ¿Cómo logra el macrismo establecer en la sociedad su interpretación de los hechos?

Y digo gente y no pueblo porque esos conceptos implican otras tramas de sentidos, otra conformación de la identidad. El peronismo intenta interpelar al pueblo, pero la gente elige ser gente pero“elige” en el marco de una subjetividad que se va construyendo, desde el consumo, desde el acceso a bienes y a servicios y también desde un conjunto de relatos desde los que se construye lo real que circula por los medios. Una subjetividad que no está fuera de los medios y los discursos que en ellos circulan. De una visibilidad y configuración de lo real que es propuesta por los medios. Nadie está fuera ni antecede a la trama de producción discursiva que se pone en juego en los medios de comunicación,que se han convertido en actores políticos y tablado en donde se pone en escena la opinión pública.

En ese ámbito de circulación de sentido en el que el macrismo urde su trama. El macrismo elude las confrontaciones. Maneja el terreno y elige los tiempos de las disputas. El macrismo construye una discursividad mutante. No es una identidad. No llega a estabilizarce. Se alimenta de las identidades que enfrenta las propias y las hace entrar en crisis. Es un virus. El deseo de poder y reconocimiento individual está en su ARN. Y construye realidad. Cambia de forma todo el tiempo. Se redefine. Pero también nos define. Logra que nos ubiquemos discursivamente donde sus estrategas planifican que lo hagamos.

Mientras tanto, desde el poder, un poder que no es otra cosa que una creencia que se vuelve realidad, sus operadores parten espacios gremiales, desarman instituciones y quiebran todo aquello que tenga aspiraciones de organización colectiva.
¿Y nosotros? ¿Qué hacemos con lo que el macrismo hace con nosotros? Y más aún ¿Cómo nos definimos y cómo definimos al macrismo? En principio algunos posibilistas intelectuales deberían dejar de pensar en lo que la “gente” quiere y en lo que las cosas son. Los estrategas militares chinos señalaban que todo lo que se puede definir se puede vencer. Tal vez podríamos tratar de buscar las constantes que se dan en las mutaciones del macrismo. Podríamos tratar de definirlo estudiando sus cambios, estableciendo los patrones de sus cambios y desde allí prever las formas posibles que va adquirir.

Mao criticaba a militares del ejército chino en su estrategia contra Japón. Mao los llamaba "Teóricos de la subyugación nacional”. Mao rechazaba el posibilismo facilongo, el “es lo que hay”, tan parecido a “es lo que la gente quiere”.

Los militares chinos planteaban que China era débil, y Japón era fuerte, entonces no se podía dar batalla. Se iba a perder inevitablemente. Mao por su parte veía en el extenso territorio y en la guerra popular una forma innovadora de dar pelea.

Pero entonces, no se trata de lo que la gente “quiere”. Porque eso es lo hoy “existente”. Se trata de generar una nueva esperanza. Y aquí el problema que surge en Villa Lynch ¿Cómo desarmar la construcción de una realidad que no se experimenta ni se sufre? ¿O que cuando se sufre es explicada en relación a otro que se vuelve culpable y vehículo de nuestros males?
Con la visibilidad no alcanza. Tampoco con tener razón. Más aún: no se puede disputar la visibilidad y el sostenimiento de agenda sin el contro material de los dispositivos. Y entonces ¿cómo construir esperanza?

El arte de vencer se aprende en las derrotas. Estamos ante un adversario que muta y se transforma. Que se apropia de nuestras ideas, de nuestros proyectos, que se enmascara. Pero que al mismo tiempo planifica estratégicamente.

Ante esto se trata nuevamente de ser irreverentes e inesperado. Irrumpir desde la invención de nuevas formas de resistir y desde ellas comenzar a acumular. No se trata de tener razón sino de mostrar las tramas de poder y arbitrariedad que construyen la razón. Se trata de construir colectivamente nuestros modos de razonar. No se trata de defender indeclinablemente una identidad sino de cultivar vínculos, experiencias y encuentros.