05.10.2015 / Jornada histórica

La importancia del No al Alca, diez años después

Se cumple el décimo aniversario de aquella gesta histórica de Kirchner, Lula y Chávez. Un análisis de aquel hito latinoamericano.

por Juan Manuel Karg




En las próximas semanas se cumplirán diez años de la derrota del proyecto de libre comercio que EEUU pretendía implementar desde Alaska hasta Tierra del Fuego. ¿Cómo rememorar aquella histórica gesta de Kirchner, Chávez y Lula sin caer en un simple anecdotario más? ¿Por qué el debate sobre que orientación internacional debe tener América Latina sigue teniendo una vigencia crucial en nuestros días en la región?

A veces, los hechos en la política se naturalizan. Hablamos, escribimos y discutimos sobre las cumbres de Unasur y CELAC, al calor de la coyuntura, sin dimensionar el trasfondo de estas herramientas integracionistas autónomas que América Latina creó en la última década. Es bueno preguntarse, diez años después de la IV Cumbre de las Américas de Mar del Plata: ¿se podría pensar en ambos espacios sin dar cuenta de la estruendosa derrota de George W. Bush en aquella ciudad balnearia de la costa argentina?. La respuesta sería un contundente No, como el que el Mercosur más Venezuela le propició en aquella reunión a los EEUU.

La llegada de los gobiernos posneoliberales a la región fue clave para escribir aquella página: si en 2001 la propuesta del ALCA había sido aprobada casi por unanimidad, en Canadá -cuando sólo Hugo Chávez firmó en disidencia- tan sólo cuatro años después era rechazada con contundencia. ¿Qué sucedió en el medio? Se habían sumado Lula y Kirchner, y el Frente Amplio había conquistado la presidencia del Uruguay. Es decir, había cambiado la correlación de fuerzas en la región, y el “patrio trasero” ya no era tal: la sumatoria de nuevos gobiernos posneoliberales fue el factor que inclinó la balanza en una coyuntura diferente.

Tras aquellas jornadas, la estrategia de Washington hacia la región cambió y se orientó a la firma de Tratados de Libre Comercio, algo que implementó con la serie de países que luego conformaron la denominada Alianza del Pacífico: México -pionero con la firma del TLCAN en 1994-, Colombia, Perú y Chile. Sin embargo, la caída del ALCA también significó un nuevo relacionamiento regional con Cuba, que llegó a ser presidencia de la CELAC en 2013. El actual cambio de EEUU en su política hacia la isla, algo que sólo terminará de verificarse con el fin del bloqueo, es también subproducto de la reivindicación que las nuevas instancias regionales hicieron sobre la isla, su pueblo y su gobierno.

A su vez, la importante aparición de Rusia y China como nuevos “global players” en la escena internacional, junto a la creación del bloque BRICS, trastocaron la relación privilegiada que la región tenía, durante la década del 90´, con los EEUU y la Unión Europea. Los primeros viajes de Lula y Kirchner a Beijing, por caso, coinciden cronológicamente con el momento del “No al Alca”. Por ello no llama la atención que el propio Bush haya hablado sobre la expansión de China hacia la región en la propia IV Cumbre de las Américas, que significó para su carrera política un durísimo traspié.

Diez años después, los logros son innegables. Allí están Unasur y Celac, y la nueva vinculación regional con los BRICS en la búsqueda de construir un mundo cada vez más multipolar y pluricéntrico. Pero también aparecen intentos de restauración conservadora frente al “cambio de época” regional: las movilizaciones de la derecha brasileña exigiendo el “impeachment” de Dilma Rousseuff y las denuncias de intentos de “golpes blandos” en diversos países son prueba de ello. Aún en esas circunstancias, la importancia del “No al Alca” reside también en visualizar las estadísticas sociales de las que gozan las mayorías populares en nuestros países, sobre todo en términos de empleo y redistribución salarial, en un contexto global cada vez más neoliberal -allí está la crisis de los países periféricos de la UE. Esa es una victoria que, aún indeleble, no podría siquiera imaginarse de haberse consumado aquel acuerdo palaciego que frenaron los pueblos -y también los gobiernos- en Mar del Plata.