28.02.2018 / Columna

Cierre de escuelas y fusión de cursos: insensatez política e insensibilidad social

Un análisis sobre la decisión de Cambiemos de cerrar instituciones educativas rurales.

por Mariano Pinedo




El cierre de 39 escuelas rurales y 8 ubicadas en el delta del Paraná deja al descubierto, una vez más, la matriz de razonamiento del Gobierno de Cambiemos: la única lógica que lo rige es la numérica y el desinterés absoluto por las implicancias sociales, culturales, humanas y, por supuesto, políticas de sus medidas. Lo que para este conjunto de funcionarios es un simple “reacomodamiento” pensado para “optimizar recursos” educativos (que, en el fondo, es un tema presupuestario), en la realidad se manifiesta como un impacto profundo en la vida de cientos de niños que verán cerrar las puertas de sus escuelas. Simplemente porque los números no cierran. 

¿Qué enseñanza les está dando el Estado con esto? ¿Lo que no sirve se tira? ¿Que no vale la pena luchar por mejorar lo que nos rodea porque es posible hasta que las escuelas cierren? Para gobernar hacen falta ideales, gestión, pero también imaginación. La primera variable no puede ser el recorte cuando se trata de algo tan caro a la vida de una sociedad. Y sabemos que fue la primera variable que evaluaron porque ni siquiera los principales perjudicados (la comunidad educativa que rodea a cada establecimiento), sabían que esto estaba en carpeta.

Los directivos se enteraron el primer día después del receso que sus establecimientos iban a ser clausurados. Se enteraron por una notificación formal, sin firma. ¿Esa es la forma de comunicar algo tan grave? Por supuesto que todos se negaron a convalidarla y se pusieron en pie de lucha para defender la educación pública.

Basta con charlar con ellos. Preguntarles por el trabajo que hacen, la relación con los padres y madres de los niños y niñas que viven en una geografía tan complicada, que recorren distancias enormes para poder aprender. Incluso si lo vieran desde su propia lógica de la meritocracia al palo, tendrían que recapacitar: ¿no se merecen algo más esos niños que insisten en ir a la escuela, a pesar de todas las adversidades?

La escuela Nº 13 de Pay Carabí tiene 116 años de historia… es decir, durante más de un siglo, a nadie se le ocurrió que era innecesaria. ¿No les parece raro? Su directora, Silvia Plot, resalta que la afectación no sólo es pedagógica, sino social. Hablamos de un ataque directo al arraigo de niños y docentes, que han mantenido a la escuela como un eje de encuentro, de solidaridad, donde los padres y madres aportan para el mantenimiento edilicio, donde se dictan talleres para la comunidad. Cerrarla es destruir una red de contención que llevará años reconstruir. Allí donde la educación cumple la función que debe, el Gobierno la ataca.

El caso de la Escuela 25 es paradigmático. La gobernación argumentó que el establecimiento perdía muchos días de clases porque cuando el arroyo estaba bajo, la lancha que transporta a los alumnos no podía ingresar. Pero fue el propio Gobierno el que se comprometió a dragar el arroyo y las obras ya comenzaron. “Es totalmente incoherente, en 20 días estaría lista la obra”, advierte Amelia Torrilla, su directora. Además, cuando no podían llegar al edificio, los docentes impartían clases arriba de la lancha. ¿No sería para ellos una imagen bella para una publicidad?

Los testimonios se repiten en una cuestión central: todos se preguntan por qué, con qué necesidad o saña se ha tomado esta medida. “Para los chicos que cierre la escuela es un golpe muy fuerte, están muy tristes. Es el desarraigo en carne viva. Les influye en su vida social y pedagógica. Forman parte de una comunidad que en muchos casos sus padres y abuelos han ido a esa misma escuela”, dice Sandra Caratozzolo, profesora de música de la Escuela 13. Silvina Miguez, directora del jardín 920 de arroyo Las Cañas, insiste con que el impacto es mucho más que pedagógico: “Esto genera un problema incluso con las fuentes laborales, porque nadie va a querer ir a trabajar a las islas porque no pueden mandar a sus hijos al jardín. La escuela es un lugar de articulación con el continente. Nos ayudamos entre todos, es muy caro ir y volver, hasta le hacemos mandados a los padres y ellos participan todo el tiempo porque están cerca y saben de la importancia que tiene la escuela”. 

Por supuesto que, con este “reacomodamiento”, los niños tendrán que viajar más tiempo para llegar a los establecimientos donde “unificarán” los cursos, previa clausura de los edificios que ya estaban funcionando. Vaya paradoja: si la justificación es la optimización de recursos, entonces se entiende muy bien qué recursos se pretenden cuidar ya que no se titubea en hacer viajar más a los alumnos para que cierren los números en el Excel.

Una vez más: hace falta un poco más de imaginación, pero también diálogo con los protagonistas y destinatarios de las medidas. No se puede gobernar con tanta distancia, insensibilidad, incomprensión de las complejidades, geografías, historias y realidades. Nadie dice que gobernar sea dejar todo como está, pero antes de cerrar una escuela, incluso por el valor simbólico del hecho, deberían evaluar todas y cada una de las alternativas para evitar tomar una medida como esta. No lo hicieron porque no lo sienten.