14.04.2022 / Sociedad

A 110 años del hundimiento del Titanic: la historia con distinto final de dos argentinos a bordo

El emblemático transatlántico se hundió en la medianoche del 14 de abril de 1912, tras chocar contra un iceberg. Viajaban en él 2.223 personas, de las cuales murieron más de 1.500. Las historias del cordobés que entregó su vida para salvar a una maestra inglesa y la joven bonaerense "Miss Inhundible".




El emblemático transatlántico llamado Titanic, que adquirió mayor fama mundial de la que ya poseía a partir de la película homónima protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, se hundió en la medianoche del 14 de abril de 1912, tras chocar contra un iceberg en el Océano Atlántico luego de cuatro días de haber zarpado del puerto inglés de Southampton.

En la embarcación viajaban 2.223 personas, de las cuales sólo se salvaron 705. El viaje de Southampton a Nueva York prometía ser histórico, pero no terminó bien. 

Según se suponía, el Titanic era el barco de mayor seguridad en el mundo, nada podía pasarle. Sin embargo, el choque con el iceberg demostró que no era así. La presunta invulnerabilidad de la nave hizo que no se preocuparan por los botes salvavidas. Esa carencia provocó que más de la mitad de las personas a bordo no tuviera lugar en los botes.


LOS DOS ARGENTINOS A BORDO DEL TITANIC



Edgardo Andrew nació en Río Cuarto, provincia de Córdoba, y tenía 17 años cuando se subió al Titanic. No terminó allí por una decisión demasiado voluntariosa, sino que lo hizo producto de una serie de pequeños eventos que se confabularon para que se encontrara a bordo de la nave que se hundió. 

Andrew falleció en el Titanic, pero lo hizo por un acto heróico a través del cual le salvó la vida a una maestra inglesa Edwina Winnie Troutt, con quien compartió la cena de aquella noche. Edgardo había encontrado un chaleco salvavidas, pero tras colocárselo se lo cedió a la mujer, que no tenía uno y estaba desesperada.

“Las mujeres y los niños primeros”, era un imperativo del mar para los naufragios, que se cumplió con bastante rigor pese a la premura y la desesperación. Pero hubo quienes se saltearon la máxima, se quedaron con los equipamientos que vieron y obtuvieron lugares a costa de otros. No la pasaron bien. Tuvieron una sobrevida incómoda, con desprecio a partir de su llegada a tierra. Como el dueño de la empresa marítima, Bruce Smay, presidente de White Star Line, que de inmediato se agenció un lugar en un bote sin importarle la suerte de la nave ni de los pasajeros. 

Edgardo Andrew no hizo eso. La noche del 14 de abril de 1912, se dirigía a encontrarse con su hermano mayor Silvano Alfredo instalado en Estados Unidos hacía años y que estaba por casarse en Nueva Jersey. Su padre, inglés, administraba una gran estancia y a fines de 1911 lo habían enviado a Londres a iniciar la carrera de ingeniero naval para que siguiera los pasos de su hermano mayor.

Edgardo sacó pasaje en el Olympic, un trasatlántico grande que pertenecía a la misma empresa naviera que el Titanic. Esa embarcación zarparía algunas semanas después que en la que terminó viajando, pero una huelga de carboneros hizo que la empresa suspendiera la salida del primero. Andrew tuvo más remedio que cambiar su boleto.

Desde su camarote escribió una postal a otro de sus hermanos, Wilfred, y puso la dirección de la estancia cordobesa. Quería compartir su asombro con sus seres queridos: “Desde este colosal barco tengo el placer de saludarte. Hoy llegaré a Irlanda, donde pasaré unas pocas horas...”.

En el momento en que empezó el naufragio, tras el choque con el iceberg, el argentino estaba comiendo en uno de los salones con Jacob Milling, empresario danés, y la maestra inglesa, de 27 años, Trout. Al principio minimizaron el incidente.

A los pocos minutos quedó establecida la gravedad de la situación. Ya nadie podía dudar de la falibilidad del Titanic. Todos corrían por su vida. Edgardo, en medio del revuelo, rescató un salvavidas y se lo puso. Corría hacia una de las estaciones en las que debían estar los botes cuando volvió a encontrarse con Winnie Trout, que lloraba desconsolada. La abrazó, la llevó con él, se quitó el salvavidas y se lo puso a ella.

Tras analizar que no había lugar para todos en los botes y que el barco se hundía irremediablemente, se subió a una baranda y se zambulló en el mar helado. No se supo más de él. Varias décadas después Trout contó su historia y resaltó el gesto heroico. Vivió hasta los 100 años y aprovechó su longevidad para testimoniar sobre lo vivido en el naufragio.

Un dato curioso es que la valija que portaba Edgardo en el Titanic fue hallada en el mar 90 años después. Tenía objetos personales muy bien conservados. Actualmente se encuentra exhibida en museos junto a otras reliquias encontradas en una expedición que localizó los restos del barco el 1 de septiembre de 1985.

En una anecdótica carta, anticipa irónicamente lo que sucedería el 14 de abril en el Océano Atlántico. "Figuresé Josey me embarcó en el vapor más grande del mundo, pero no me encuentro nada orgulloso, pues en estos momentos desearía que el Titanic estuviera sumergido en el fondo del océano", escribió.



La segunda persona de nacionalidad argentina en el Titanic fue Violeta Constance Jessop, oriunda de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires, quien tuvo un destino diferente al de Andrew: conformó el grupo de los más de 700 sobrevivientes.

Trabajaba en la embarcación como camarera, en unos de los salones de la primera clase, y era una de las pocas mujeres a bordo. Logró salvarse de semejante catástrofe en uno de los botes que el Titanic tenía a bordo, que solo podían utilizarse en casos de emergencia. En virtud del código que dice "las mujeres y niños primero", Jessop evitó lo acontecido.

Violeta consiguió un lugar en un bote salvavidas conminada por un oficial que les exigía a algunas trabajadoras que subieran y dieran el ejemplo a las pasajeras, ya que nadie quería aventurarse en las pequeñas estructuras de madera: las pasajeras seguían tomadas de los brazos de sus maridos. Todavía no eran conscientes de que no había lugar para todos. Uno de los tripulantes le puso, a ella también, intempestivamente un bebé en sus brazos. Ella lo cuidó hasta la llegada del rescate.

Varias décadas después, cuando Violeta ya era una anciana, alguien que no se identificó llamó a su casa para decirle que era ese chico y para agradecerle por salvarle la vida.

Años más tarde, la BBC realizó una minuciosa investigación, que arrojó un dato increíble sobre Violeta y derivó en que la denominara "Miss Inhundible": descubrieron que antes del Titanic había sobrevivido al choque del transatlántico Olympic contra un buque de guerra, frente a las costas británicas en 1911. Luego de lo sucedido con el barco más famoso de la historia, también fue una superviviente, al cumplir la función médica para la Cruz Roja, enfrentó el ataque de los alemanes contra el Britannic en 1916, durante la Primera Guerra Mundial.