En su primera celebración como obispo de Roma, León XIV ofrece un lenguaje no verbal cargado de significado político y cultural. Con zapatos negros —al igual que Francisco— y el báculo dorado que tanto usó Benedicto XVI, el nuevo Papa traza un puente entre sus predecesores sin renunciar a su sello personal. El reloj sencillo tipo Casio y los gemelos dorados subrayan un estilo austero que, sin embargo, no elude el simbolismo de la tradición.
Durante la entrada y la salida, el pontífice bendice al pueblo trazando la señal de la cruz, un gesto que remite a los primeros años de Juan Pablo II. A diferencia de su antecesor, alza la mano en movimiento, recordando aquel saludo activo que tanto caló en los fieles y que, visto desde Argentina, resuena como un guiño a la cercanía con las bases.
La elección del latín en la misa y la incorporación de dos mujeres como lectoras refuerzan la apuesta por la solemnidad y la inclusión. El misal prevé el uso de la lengua de la Iglesia, y León XIV no sólo lee, sino que canta partes esenciales como la consagración o el pax vobiscum. A su vez, designa a una consagrada y a una laica consagrada española para proclamar las lecturas, un gesto que recupera la impronta de Francisco y la proyecta hacia una mayor participación femenina.
Más allá de la oratoria improvisada que caracterizó al pontífice precedente, León XIV presenta la homilía preparada y desde la Sede Episcopal, subrayando la autoridad de Pedro. Inicia su discurso en inglés —su lengua materna de Chicago— y prosigue en italiano, reafirmando el vínculo con su diócesis romana.
León XIV introduce la expresión «Cuerpo Místico» para referirse a la Iglesia, un término que Pío XII elevó en Mystici Corporis Christi y que evoca la dimensión divina de la comunidad de creyentes. Este matiz doctrinal, combinado con el anillo episcopal plateado y la única mención a Francisco, marca una hoja de ruta que, aun respetando el legado, avizora un pontificado con sensibilidad social y resonancias latinoamericanas.