Hay algo paradójico en empezar un peregrinaje a la Bombonera partiendo de las boutiques de lujo de la avenida Santa Fe. Aún para un veterano con 50 años de experiencia yendo a canchas inglesas, incluidos los momentos más difíciles, el mero nombre del estadio de Boca provoca cierta conmoción.
Dos horas antes del partido, a las cuatro de la tarde, subí al 152 a la altura de Callao. Antes de recorrer cuatro cuadras, un grupo de siete hombres, con uniformes negros, sin identificación alguna, pero con bastones y miradas amenazantes pararon el colectivo, que me llevaba a mí, a dos jóvenes mujeres con camisetas de Boca y a unos quince civiles inocentes., y nos rodearon en silencio durante varios minutos. No pasó nada, pero sí cambió el ambiente. Y en eso un inspector del colectivo le gritó al chofer que cambiara la ruta, seguramente por los problemas de circulación generados, como siempre, por los partidos en la Capital. Aproveché para comenzar un diálogo con las dos boquenses, preguntándoles “¿Este colectivo va siempre a la cancha, verdad?” Al confirmarlo, les pedí consejos sobre cómo conseguir una entrada, confiado de que no habría tanta gente
con ganas de ver un partido contra Defensa y Justicia, nombre que sugiere, a mi oído extranjero, un equipo de burócratas de los respectivos ministerios .
Con innegable orgullo, sacaron sus carnets de socio, algo parecido a una tarjeta de crédito con foto; para ellas, evidentemente de mayor relevancia que su propio DNI. “Sin la tarjeta de socio, nadie entra en la cancha de Boca.”: les pregunté:
”Pues ¿qué hago?”.
“Primero, no compres ningún ‘entrada’ a los jóvenes que rodean el estadio. Son todas truchas”. Otra palabra aprendida.
“Segundo”, y me miró, yo, un sujeto de 1metro 80, blanco, jubilado, “en tu lugar, lo mejor es pagarle a un policía.” Todo dicho con una seriedad que sugiere conocimiento de causa. Según ellas, son 70 mil socios y cien mil ‘activos’, ¡Tremenda diferencia! Mi optimismo disminuyó estrepitosamente.
Y tenían toda la razón. La Bombonera es como Alcatraz al revés, ni te acercas sin carnet de ‘socio’ o ‘activo’. Y lo garantizan la gran cantidad de fuerzas del orden, suficientes para parar una revuelta masiva.
Este iba a ser mi quinto partido durante mis vacaciones en Argentina de un mes –mi visita anterior fue para la Copa América de 2011. Mi desafío personal era visitar 10 canchas de BsAs, llegando a todas en colectivo, con mi tarjeta mágica SUBE.
El día de mi llegada, después de 14 horas de vuelo desde Londres, me fui en colectivo de Palermo a Liniers para ver Vélez Sarsfield-Crucero del Norte. A pesar de los carriles centrales dedicados a los colectivos, el mío tardó bastante en llegar a destino. El tiempo pasó rápido para mí, ya que iba tratando de calcular si es que hay una relación entre Juan B Justo y la canción de Chuck Berry, Johnny Be Good. A esta altura debería confesar que soy hincha del Sunderland, que no es el club social-milonga del norte de Buenos Aires, sino el club de fútbol medio anti-social del norte de Inglaterra, que recientemente echó a su director técnico, el uruguayo Gus Poyet. Sentí la obligación moral de ir a Vélez porque un amigo de la escuela, cerca de Sunderland, se llama Ernie Sarsfield. Al empezar el partido, me sorprendo al ver pasar a un hincha con una camiseta azul y negra del Inter de Milán. Cuando le veo la espalda me doy cuenta que su camiseta dice RICKY, alusión obvia a Ricky Álvarez, ex jugador de Vélez, a préstamo desde septiembre del Inter al ¡¡¡Sunderland!!! ¡Y después algunos dicen que hoy en día no hay nostalgia en el fútbol!
Dos días antes de mi fracasada visita a Boca, había ido sin problemas a ver Racing-Colón y me impresionaron tres cosas, además del talento del equipo que, después me enteré, jugó casi totalmente con los suplentes. Primero, no solamente todas las calles del barrio de Avellaneda parecen un festival del chorizo, pero adentro del estadio hay una parrilla- al carbón. Gran contraste cuando recuerdo los perros ‘calientes’ que conseguimos en las canchas de Inglaterra. Segundo, los baños no llevan las letras H y M, sino que dicen ‘académicos’ y ‘académicas’. Tercero, ¡el estadio estaba lleno de mujeres y niños! Mi muestra no es muy científica –estaba en la platea de 400 pesos–pero de las dos o tres mil personas en mi sección, todos parecían de orígenes relativamente humildes, los hombres eran minoría, o por lo menos el porcentaje de mujeres superaba por mucho al del parlamento británico. En esa sección, no había grupos de hombres, sino parejas con sus hijos, o hasta hombres llevando bebes. Como su apodo, el Cilindro, lo sugiere, abajo de la platea, entre la cancha y el público, hay un área plana en forma de D que queda vacía por la mala perspectiva para ver el partido debido a que está a la altura del césped. Mirando para abajo en el segundo tiempo, veo que en este espacio vacío jugaban al fútbol unos veinte niños y niñas, de entre 3 y 6 años. Resumiendo, ir al estadio parecía un cuadro de Renoir, grupos familiares en contexto bucólico, todo en orden, todo como debe de ser en el mundo.
Pero otra cosa que me llamó la atención es que yo era prácticamente el único integrante del público sin la camiseta de Racing. Las mujeres llevan sus camisetas con mucho estilo, atadas como en la playa., Todas visten su camiseta Racing como si fuera un desfile de moda. Este pensamiento me surgió de forma inconsciente, no lo pensé deliberadamente. Pero en un momento como que me desperté: estaba mirando un grupo de hombres en camiseta de Racing y me pregunté , "¿por qué están vestidos de mujer, estos tipos?” A tal punto las mujeres están acaparándose de las canchas, por lo menos en las secciones más caras.
Hoy en día, hay muchas medidas de seguridad, como la prohibición de acceso de hinchas visitantes en cada partido y el registro para sacar pirotecnia. Y mi base de investigación, taxistas, mozos y gente suelta, me asegura que las barras bravas sólo puede existir por la complicidad de la comisión directiva de los clubes y tienen un aspecto de crimen organizado, cobrando/extorsionando a los vendedores que se encuentran en los alrededores de los estadios. Por cierto, mi experiencia con las barras bravas no es completa –y quizás tuve suerte– pero lo más seguro es que se utilizan las acciones de unos pocos para condenar a toda la hinchada.
Para mi esta es una de las grandes contradicciones: la mayoría de los argentinos cree que los estadios son lugares de violencia, crimen, peligro, poblados de desempleados y gente dudosa. Mi experiencia en cuatro estadios en zonas relativamente populares (Liniers, Lanús, Avellaneda y Parque Patricios) es que el ir a la cancha es una actividad social y familiar, un espacio donde todos tienen los mismos derechos de gozar, insultar a sus jugadores, discrepar con sus vecinos sobre los porqués misteriosos de este juego que uno puede estudiar pero nunca entender completamente. En fin, uno de los pocos espacios de verdadero estado de derecho, donde todos son iguales frente a la ley del deporte.
Hablando de ley... el día de mi llegada a BsAs vi que jugaba Huracán. Quiero ir al estadio de Parque Patricios desde que vi El Secreto de sus Ojos y leí que la parte de la cancha era filmada allí, con sus escaleras/pasillos de falso mármol y su cara de artdeco, como mi recuerdo de otra época donde las fantasías, por lo menos arquitectónicas, eran pagables. Minutos antes de salir para el estadio, me enteré que el partido era ‘sin público’, una suspensión por el abuso de pirotecnia o no sé qué.
Pero tres días después me doy cuenta que Huracán vuelve a jugar y esta vez con público, contra un equipo venezolano, por la Copa Libertadores. Vale. Camino a San Telmo y de allí a Parque Patricios, pero antes de llegar al estadio, cacheo de la policía. Todo venía bien, pero no me dan paso porque no tengo entrada. Y la boletería está a 10 cuadras. Me resigno, pero antes de irme veo un tipo dando fuertes instrucciones a automovilistas que están acercándose demasiado al estadio y le pregunto sobre la ubicación de la boletería.
“Si” me dice, “pero hoy no venden, por la suspensión”. Con cara larga le explico que vengo de lejos. “Espérese acá”. A los dos minutos vuelve y me da una entrada. “¿Cuánto le debo?” “Invitación de Huracán,” me responde. Resulta que la ubicación es muy buena, en la platea, detrás del banco de suplentes. Un ángel guardián. Durante el partido lo veo de nuevo, esta vez dando instrucciones mezclado entre el público—conclusión, policía de civil, pero obviamente de los buenos.
Otra gran contradicción que encontré durante este mes es que todos dicen que la calidad del campeonato local viene en picada, sobre todo por la venta de los mejores jugadores a Europa y hasta el Golfo y China. Y cada vez se van más y más jóvenes. Lógicamente tiene que ser cierto, pero aun así la calidad que he visto me es suficiente para decir que esta es una de las grandes ligas, y el entusiasmo de la gente en el estadio tiende a confirmármelo.
Pero mi gran preocupación es que la liga es de treinta clubes y no de veinte como en otros países. Algunos dicen que es para proteger a Boca de un posible descenso, otros que no se quiere repetir la experiencia del descenso de River. (En Boca compré una remera con los escudos de River, San Lorenzo, Independiente y Racing, cada uno con el año de su descenso respectivo y con la inscripción “Esas Manchas No Las Borran Nunca Más”, todo en mayúsculas. En Racing, vi un cartel que decía "Vino y Racing para todo el pueblo Argentino" Quiero al fútbol en gran parte por el sentido del humor, popular, del hincha). Inevitablemente, tener 30 equipos diluye la calidad de la liga y hay muchos partidos con poco en juego, perdidos y ganados de antemano, donde nadie se toma el tiempo siquiera de apostar. Clubes nombrados por compañías de colectivos (Crucero del Norte) o, supongo, por una novia, como Rafaela (aunque uno me dijo que es por la ciudad en Santa Fe!).
Más que nada quiero al fútbol por los debates, donde nadie pierde porque todos los puntos de vista son válidas (¡delante de la ley del deporte!), aún los más extremos y los más evidentemente falsos. Mi mejor discusión de este mes fue en Cataratas de Iguazú, donde menos me lo esperaba. Me encontré con una familia de Córdoba y, como siempre en Argentina, los formalismos de los primeros encuentros se dan por acabados cuando surge, ineluctablemente, la pregunta “¿y por quién hinchas vos?” La respuesta del hijo de la familia de unos 12 años fue “Talleres”. “¿Cómo es el nombre completo?”, le pregunto. “Club Atlético Talleres de Córdoba,” responde con un ritmo e insistencia de quien habla con una persona de poca educación o que está un poco viejo para discusiones serias. “Y ¿por qué se llama Talleres?”, le pregunto, pero él no parece tener una respuesta."Yo tampoco sé",”, le digo, “pero tengo una teoría. Para mí puede ser por los talleres de ferrocarril que crearon los galeses y los escoceses (para evitar la otra discusión inevitable) quienes fueron los que introdujeron el fútbol acá.” Unos momentos de silencio y concentración. Su mirada me dejó claro que no podría quedar sin desafío una teoría tan ridícula, y de cualquier modo, quién era este viejo venido de un Reinado lejano a pronunciarse sobre el deporte de los argentinos. “No creo,” me dice. Y cuatro, cinco segundos después, “Puede ser que venga de tallarines”. Con una actitud como esa, este niño tiene futuro y no puede fracasar.
El fútbol argentino está en buenos manos, o como me dijo uno, lo estaría “si no fuera por los dueños de los clubes y la AFA”.
Crisis, ¿qué crisis?
Argentinos, libérense de los mitos sobre la cancha, la hinchada y los peligros. Me hace acordar al reinado de la Thatcher quien, entre otras cosas, odiaba tanto el fútbol como los trenes, los dos por la presencia de la clase obrera. En ese entonces, cada incidente fue utilizado no para mejorar la seguridad en los estadios, un derecho para todos, si no para demonizar a la clase trabajadora y sus placeres.
Muchas medidas contra el crimen y violencia en los estadios son importantísimas, pero son también básicas para cualquier país que quiere ser civilizado. Y no hay que olvidar que la violencia no empieza en los estadios, son importadas del contexto social de pobreza, alienación y desempleo. Si esas cosas se solucionan, no habría más problemas en los estadios. Y por lo que veo, los problemas que hay son enormemente exagerados y en términos porcentuales, ¡me imagino que los niveles de crimen y violencia al interior de las canchas no superan los de afuera!
Mejor mirar un poco a los estadios en sí, porque la mayoría tiene unos cincuenta años. ¿Dónde va a parar la cuota que pagan los socios y los derechos de televisación? Desde ya no son invertidos en el confort del espectador, que se sienta sobre un cemento ya en edad para jubilarse. ¿Y la comunicación? No he visto ni un cartel electrónico para dar la información básica- los equipos, la hora, los cambios, quién tiene tarjeta, etc. Pareciera que el mensaje a la hinchada es: sálvese quién puede, ustedes apoyan al club pero ese apoyo no es recíproco.
Y esto sí es un país civilizado. ¿La prueba? Salgo del Cilindro a las 11 de la noche, y gracias a gentiles informadores, llego a la parada del colectivo 22, que debe llevarme al centro. Espero, con unas veinte personas más, una media hora, y finalmente viene uno, pero nos pasa de largo. Voy a la pizzería de alado y me tomo una cerveza durante una media hora y me reúno con los demás probables pasajeros. A la medianoche, para un bus vacío, con un número que no corresponde con los de la parada y con un destino que no tiene nada que ver con la ruta del 22. Pregunto si va al centro y subo, pero, al acercar mi tarjeta a la maquina SUBE, el chofer me hace señal para pasar sin pagar. Después de dos o tres paradas más, el bus casi se llena con gente vestida de celeste. Yo viajo sentado alado del chofer. De repente grita en voz alta “¿Cierro?”. Silencio y suben tres nuevos pasajeros más. “¿Cierro?” grita, silencio. A la tercera vez, una voz desde atrás grita “ahora sí,” y la puerta se cierra.
Antes de bajarme en Entre Ríos, le pregunto al chofer si cuando gritaba cierro era para que los pasajeros decidan cuándo el bondi está lleno. Me mira con la misma mirada que el chico de Talleres en Iguazú y dice “Claro”. Le ofrezco la mano, y bajo.
Es la una de la mañana cerca del Congreso. Hay gente en la calle comiendo helados, charlando, mirando negocios. No tanto como durante el día, pero igual mucha gente. ¡Qué país!
John Rhys Bevan
A fin de ser totalmente transparente, tengo que decir que también intenté ir a ver River- Godoy Cruz. El resultado fue el mismo que cuando traté de ir a ver a Boca, léase una derrota total. ¿Cómo puede ser que un estadio tan grande, para un partido contra un equipo menor de Mendoza, sin hinchada visitante, no tenga lugar para un pequeño Brit?
Así que aproveché para ir a la ver la exhibición de Manu Chao en la ESMA. En el viaje al estadio, el taxista, hincha de River, me dijo. “La policía nos va a cachar a usted y a mi,, pero no a los ‘barra bravas’. Hay demasiada plata en juego, es como el crimen organizado.”
Epilogo
Ya saben lo aburrido que son los aeropuertos, pero parece que no tanto. Allí estoy en Ezeiza, dos horas antes que salga mi vuelo de British a Londres. Paso por los chequeos de seguridad donde la policía me pregunta el motivo del viaje- soy británico, pero se me puede confundir con un argentino fácilmente. “Pues, que soy británico y vivo en Londres,” respondo. “¡Ah! Perdón, perdón.”
Y después paso por el control migratorio, pasaportes, y una larga cola mientras toman las huellas digitales (en toda la historia, ¿se ha pescado algún criminal en estos controles?).
Con la espera me irrito cada vez más por el tipo grande detrás mío que grita en su celular como si no tuviese nada de amplificación. “Pues estás allí con él, con Carlos Bianchi?," dice a su interlocutor. “Si, en el salón de Aerolíneas.” Me doy la vuelta y interrumpo su conversación. “El director técnico?,” le pregunto. El hombre se asustó un poco, pero hace señal de que sí.
Después del control charlamos un poco- es de Boca, pero va rumbo a Nice para una conferencia- es cardiólogo. “Mi amigo en el VIP dice que esta con él y voy a ver si entro para sacarme una selfie con él,” me dice.
“Me haces el favor, ¿le haces firmar mi tarjeta de embarque? Yo espero afuera”
“Si, como no.”
Pues en vez de ir al salón que British comparte con American, espero fuera del de Aerolíneas como un hincha en la cancha de entrenamento, con lápiz y papel.
Pues allí estoy fuera del salón vip del AA esperando, y finalmente sale
Digo de forma muy nerviosa algo sobre si me podía dar un autógrafo, pero él, como un profesional, agarra el papel y el lápiz. Me compongo, y le pregunto si gano la Libertadores en 2004 con Tevez y Delgado. “No, no, fue en 2003”, responde. “Disculpe, disculpe,” le digo, mientras la mujer que se encuentra con él se sonríe. “Usted está muy informado.”
No resisto, y le pregunto “¿Y cómo puede ser que Tevez no haya sido convocado para el mundial de Brasil?” Bianchi se mostró muy diplomático: “no sé, quizás tenía un problema con el director técnico.”
“Muchas gracias, y buen viaje.”
Así termino mi peregrinaje futbolístico en Argentina, el círculo está completo.
Me voy llorando del país, pero llevo conmigo la firma de Carlos Bianchi.....