07.06.2019 / Opinión

¿Y vos de qué te reís? Política y redes sociales

Con la recuperación de la democracia, aparecieron en el mundo de la radiofonía y televisión una serie de artistas y personajes que dedicaron parte de su obra al humor, y sobre todo a hacernos reír del poder.

por Matías Segreti




Son las 10 de la mañana, el colectivo de la línea 60 se detiene en General Paz, sube una joven con una remera que dice “como nos miramos al espejo es una cuestión política”, una frase de Señorita Bimbo. En una escuela secundaria del Gran Rosario, un profesor de comunicación explica el rol del periodismo, utilizando una serie de imágenes que posteó en sus redes Pedro Rosemblat,  en su recopilación semanal de noticias que titula “Esta semana en Springfield”.  Mientras tanto, un mensaje llega al teléfono de Tomas Rebord, “nuestro profesor de la facultad dijo que te sigamos, así aprendemos a narrar LA HISTORIA”. En una esquina de Villa Crespo, dos pibas rapean, una simula ser una ladrona, la otra actúa como la Ministra Patricia, personaje que creó Martín Rechimuzzi. Son las 11, me llega de diversos grupos de whatsapp, un meme de N3neca que me hace soltar una carcajada.

Con la recuperación de la democracia, aparecieron en el mundo de la radiofonía y televisión una serie de artistas y personajes que dedicaron parte de su obra al humor, y sobre todo a hacernos reír del poder. Algunos de ellos, con posiciones claras respecto a la dirección de sus críticas políticas, otros en el naufragio de las dudas e inconsistencia de posicionamientos. Tato Bores y Diego Capussotto son dos de las referencias ineludibles, aún con diferencias de sus perspectivas y tradiciones artísticas.

Sin embargo no fueron los únicos en explorar la relación del humor con la política en el escenario público. Marcelo Tinelli, con el Gran Cuñado, y Jorge Lanata, con sus monólogos e imitadores, son parte de un intento de construir, a partir de la carcajada, un mensaje político claro.

El humor es una característica propia de la humanidad, y en política es un valor que cotiza fuerte. El humor se convierte en la posibilidad de la transgresión que humaniza a la política, y que incluso ofrece la posibilidad de saltar grietas. La risa es una conducta soberana de la humanidad, en tanto nadie puede reírse auténticamente por otro.

Los guiños naturales de Néstor Kirchner, las salidas ingeniosas de Cristina Fernández, los intentos de Macri de seducir con la analogía del fútbol, los tweets de Alberto Fernández son elementos que develan cuánto hay de artificial y cuánto de ficción en los intentos de empatizar con la sociedad. No cualquiera es gracioso/a, pero en política es un valor adicional que jerarquiza la imagen, no es el único valor, pero invariablemente suma.

Aquellos que logran a partir del humor (o mejor dicho, con la herramienta natural del humor), la consolidación de un mensaje claro, en términos políticos, son actores fuertes en la dinámica social, sobre todo en un año de elecciones.

La risa tiene la capacidad de esquivar los prejuicios y escabullirse sin la claridad explicita del mensaje en el espectador. Cualquier hombre o mujer de la política hablando en público que pueda explotar su faceta vinculada al humor, contribuirá al desplome de ciertos prejuicios que operan sobre las ideas generales que se tienen de cualquier político. 

A veces una crítica contra el poder elaborada con tiempo, diseñada para no dejar espacios vacíos de sentido, con elementos comprobables, resulta menos efectiva, como mensaje, que el humor político. La discusión económica, las diferencias ideológicas expresadas en los términos académicos o del lenguaje endémico de la política, muchas veces deja afuera a la mayoría de los espectadores, mientras el humor amplía, es entendible y certero.

Resulta necesario destacar a una nueva generación que sabe utilizar las redes sociales para producir sus mensajes, construir otras formas de comunicación y trascender las fronteras del tiempo y espacio de los viejos dispositivos de comunicación, y que además viene consolidándose como referencia de jóvenes y adultos.

Tal vez, algunos de los valores más significativos que tienen estos/as jóvenes son la cercanía y la posibilidad de identificación e intercambio. Son jóvenes, por lo general de clase media y trabajadores, que responden los mensajes privados, que no esquivan las críticas (e incluso las exponen), que suelen hacer apariciones públicas en lugares comunes y transitados, no ostentan fama y participan activamente de movilizaciones y eventos en donde se ponen en juego la conquista o defensa de derechos sociales.

El consumo (o seguirlos) de las producciones de estos/as jóvenes, seguramente no sustituya  fenómenos o referencias masivas, como las audiencias televisivas o las grandes producciones artísticas, pero sí logran algo que éstas muchas veces no pueden hacer: la construcción instantánea del mensaje, la velocidad de transmisión y viralización inmediata, la empatía natural,  y la posibilidad de inmiscuirse en los intersticios de lo inesperado.

Empieza la campaña y el humor político jugará un papel dinamizador para alterar el orden de lo establecido, o para intentar garantizar continuidades.