01.12.2020 / DIEGO ARMANDO MARADONA

Caravana federal hasta la Gloria

La muerte de Diego todavía es algo que el maradoniano no lo procesa del todo. Se fue el más grande de todos los tiempos y en esa pérdida uno recuerda los momentos más grandes vinculados con él. Como el caso del ex concejal de Luján de Cuyo Javier Pellegrina, referente de CANPO y Generación Patríotica Mendoza, que reflexionó sobre la visita del astro futbolistico al Malvinas Argentinas. Insistió en que la despedida debería haber sido de Ushuaia a La Quiaca.

por Javier Pellegrina





Cuando salió la noticia a las 13hs del miércoles el barrio se estremeció. Quedó un silencio de esos que hasta los pájaros dejan de cantar y ahí el corazón se nos detuvo por un ratito. ¿Era verdad? “Es mentira, seguro… una jugada de mal gusto en las redes o en los medios” dijimos. Pero no, la vida nos estaba cacheteando una vez más este 2020. Era verdad.

Ahí salimos y empezamos a hablar con los vecinos, todos conmocionados. El celular explotaba. Todospreguntándonos ¿qué había pasado? Por qué nos arrancaron tan pronto al 10.

Ese diez, el mejor del mundo. El rebelde, el irreverente, el Pelusa, el villero que corría por hambre, el corazón caliente que cobijó todas las causas injustas que conoció en el mundo. No podíamos entender cómo esta vez no logró gambetearle a la muerte.

Si era hasta ayer que con los compañeros lo perseguíamos por las redes, le dejábamos mensajes, nuestros hijos nos pedían escribirle, mandarle saludos, darle alguna noticia, le contaban qué los tenía contentos y esperaban esa gloriosa respuesta, tan atentos como cuando esperan recibir un regalo. Porque nosotros le enseñamos a nuestros hijos quien fue nuestro 10, le enseñamos a amar la camiseta como a nada en el mundo. Esta enseñanza de vida fue la que el 10 nos regaló. Nos enseñó a lucharla, a pelearla, a no arrodillarnos. Como con las Malvinaso como con el No a Bush en la cara.

Si hasta hoy me acuerdo del sol de esa tarde cuando lo vimos en el Estadio de Malvinas Argentinas en el partido entre Gimnasia y Godoy Cruz en Octubre de 2019.

Ese día nos levantamos sin aire. Los compañeros no habían conseguido las entradas, habíamos tenido una semana de corridas y para colmo esa mañana nos quedamos dormidos. ¿Cómo nos íbamos a perder al Diego?. Era imperdonable. Mendoza lo recibía con todas las ganas y nosotros siempre triunfando ¿no los íbamos a perder? Ni en pedo. Nos levantamos y fuimos a echar suerte. Las calles parecían vacías. Íbamos como los bomberos, sin vista y con las ganas insoportables de apagar el fuego que nos corría adentro, con las ganas de no quedarnos afuera.

A mitad de camino un aire frío. Nos olvidamos de uno. La madre, vuelta para atrás. Lo pasamos a buscar, comopasaba el tren por los pueblitos más chicos, casi sin parar, se tuvo que tirar a la Suran gris del gordo. Y emprendimos la revancha. De nuevo a mil por hora intentando llegar. ¿Qué hora es dijimos? Las dos… Uhhh se escuchó. Ya empezó. “Prende la radio, prende prende”. Ya estaban por entrar y nos faltaba unas cuadras más para llegar. Dios, si estás ahí como dicen, abrinos la entrada. Viste que uno es materialista hasta que le pasan estas cosas y te volvés místico por un instante. Parecía cosa del demonio, ahí estaban las entradas esperándonos. Te las rebajo nos dijo el pibe, a unos metros de la puerta. Y bueno, nos arriesgábamos, pero ya estamos entregados. Con el corazón en la boca, ¡Entramos!

Con el sol que rajaba la tierra, buscamos el mejor lugar que encontramos y ahí estaba él con su gorrita. Por eso a Maradona le podrán decir lo que quieran, pero si algo no le pueden decir es traidor de las causas justas. Ahí estaba con la gorrita de Venezuela cuando en la Argentina (o algunos sectores de la Argentina) permanecen mudos y sin querer emitir un balbuceo, Maradona cayó a Mendoza con la gorra del pueblo bolivariano. Jugándosela una vez más, en la cancha de la vida. Así sin más.

El Partido pasó a segundo plano. Estábamos en el estadio por él. Queriéndonos sentir lo más cerca posible. Su bailecito, sus saludos. Los mensajes por la pantalla. Toda la hinchada ovacionándolo. Ahí estaba él, El dios de Barro, en nuestras tierras cuyanas, en las tierras del sol y el buen vino, en la misma tierra que vió nacer a Armando Tejada Gómez.

Y nosotros ahí estábamos al calor de los cuerpos flechados por el ardiente sol mendocino. “Olee, olee, olee, olee Diego, Diegooo” se escuchaba el cuartetazo sonar. No sé si tuvimos un día más feliz que ese. A pesar de todas las corridas lo pudimos ver. No lo llegamos a saludar. Cuando salió nos intentamos tirar al pasillo de salida, pero no llegamos ni ahí a tocarlo. Al pasar, su ráfaga se sintió y nos erizó los pelos. Su espíritu tan potente, invadió a cada uno de los cuerpos que estuvimos en ese ritual.

Por eso nos dolió tanto enterarnos que a las 16hs del día jueves lo iban a enterrar. La vida nos arrebató al Dios más humano y los mortales nos arrebataron el camino a la gloria en sólo un abrir y cerrar los ojos.

Lo hubiésemos despedido en caravana. Caravana Federal hubiésemos hecho, desde Ushuaia hasta la Quiaca, si nos hubiesen dejado llegar.

Con nuestros botines sucios, el pantalón y la camiseta que ya no nos queda como cuando de pibes soñábamos con ser El Diego. Porque es cierto lo que dijeron muchos en estos días, nosotros no soñábamos con ser superhéroes, soñábamos con ser el Diego.
La camiseta ahora no nos queda como en aquellas épocas. Del equipito de las tardecitas de verano ya un par hemos echado panza y otro par ya andan a las chuequedas. Pero la esperanza de ser el 10 siempre siguió como llama viva en el centro del corazón. Y lo queríamos despedir como se merecía.

A cada paso, con la música de cuarteto y la cumbia en los ventanales de las casas de techo de chapa, los choris humeando en la esquina de todos los barrios humildes. Los wachos corriendo al lado de la pasarela a la gloria, en patas, con las lágrimas secas en los cachetes por el guadal y la polvadera de las calles de tierra, acercándole las ofrendas más sentidas: un botín, una rosa, una camiseta, una bandera, el trofeo de aquel mundial, cualquier ofrenda que nos aliviara este silencio de luto.

Creo que no he vivido un luto como el que el mundo entero esta viviendo por estos días. El mundo llora al mismo familiar, se nos ha ido. Y lo seguimos acompañando en esta despedida eterna.

La vecina hubiese hecho tortafritas para el mate, los pibes de la esquina le hubiesen acercado unos puchos o uno de esos habanos que tan bien le calzaban, hubiésemos agarrado el camión de porquerías ya no al grito de “Compro baterías, colchones viejos, compro”, sino al canto de la 12“OhOhOhOh, Hay que Alentar a Marado!! Oh OhOhOh, Hay que Alentar a Marado!!! Hay que alentarlo hasta la muerte, porque yo al Diego lo quiero porque yo soy un bostero, lo llevo en el corazón. Y no me importa lo que digan esos putos periodistas, la puta que los parió Oh Oh… Oh Oh, Hay que Alentar a Marado…Oh oh ohoh hay que Alentar a Marado” o al grito de lucha “el que no salta es un inglés”.

Hubiésemos salido con la caravana de bicis, autos y motos a darle el último adiós. No importa hasta dónde llegábamos, queríamos seguirlo al lado, acompañándolo en su paso a la inmortalidad.

Yo pregunto a los presentes si ese cuerpo ya no es del Pueblo humilde, aquel negrito de Villa Fiorito, aquel gordito con el que todos querían jugar en Embalse en Los Evita, ese pibe que pisó todos los barrios populares y reivindicó a cada Pueblo manteniendo viva la llama de la esperanza. Ese Diego prisionero del amor blanco y aturdido en un rincón oscuro por la sobredosis de “exitoína”.

En el 93, Diego dijo que por ser el número 1 “tengo que luchar, porque a los que vienen atrás mío los tratan como esclavos”.
¡Hoy los esclavos agitando nuestras cadenas te damos el abrazo eterno! Y tomamos tu bandera para seguir caminando a paso firme, gambeteando las patadas de los poderosos de siempre que nos hambrean y nos matan sin piedad, luchando hasta el final, que la Dignidad de un Pueblo que se sabe libre y soberano se respeta hasta el último aliento, como vos lo hiciste. ¡Gracias Diego!