18.02.2019 / Opinión

Miedo

El calendario electoral se abrió en La Pampa y será un año en el que el gran factor para la definición nacional puede ser el miedo. El análisis.

por Marcos Schiavi


 

Este domingo se abrió en La Pampa el calendario electoral del 2019. Será un recorrido muy largo, con mojones provinciales, hasta el hoy muy probable balotaje presidencial de fines de noviembre. Un año electoral en el que el gran factor, por lo menos en la definición nacional, puede ser el miedo.

Las encuestas de opinión pública muestran una sociedad mayoritariamente desilusionada con el presente y pesimista en relación al futuro. Más que pesimista. En aquellas que lo consultan, la idea de preocupación o de temor suele ser una de las que más respuestas obtiene. La sensación de que la economía del país (y, por ende la salud de Argentina en sí) es frágil atraviesa las grietas políticas y sociales. Una lectura concienzuda de los diarios y sus principales editorialistas da cuenta de este estado de situación: parece no haber margen para la esperanza; el país camina por una cornisa, inmerso en una crisis que puede profundizarse a niveles inéditos. Una sociedad con miedo al caos.

El gobierno macrista ha hecho mucho por este clima. La megadevaluación, la aceleración del endeudamiento, la inflación récord, la caída del poder adquisitivo del salario y una clara crisis del mercado de trabajo explican en gran medida un temor social que atraviesa regiones y clases. Lo peor no pasó. La falta de reacción pública, los errores no forzados y cierta indolencia del ejecutivo no hicieron más que empeorar ese estado de ánimo.

En paralelo, la línea discursiva oficial se encargó de profundizar ciertos miedos: se sumaron fantasmas y chivos expiatorios. El gobierno enarbola el “podríamos haber sido Venezuela” cada vez que se puede; una construcción del pasado que en realidad habla de futuro. En esa construcción la mención venezolana eboca lo que podría ocurrir si gana el kirchnerismo: crisis económica, violencia y autoritarismo. Lo que equivale a votar el caos.

A ese fantasma el discurso oficial le sumó chivos expiatorios, figuras ideales para una sociedad atemorizada y en crisis: migrantes, planeros y sindicalizados con privilegios (es interesante pensar cómo esta triada interpela no sólo a una clase media acomodada si no que centralmente a un sector trabajador no sindicalizado y/o no registrado). Son estos los responsables de la inseguridad, del déficit, de la falta de empleo e inversiones; los actores que le quitan la paz a los demás.

El problema es que el fantasma de Venezuela convive con el fantasma del 2001, uno más cercano. Un fantasma de pérdida general de derechos, brutal caída de salarios y un gobierno sin reacción. Corralito, desempleo y AFJPs. Votar al macrismo también da miedo. No sólo en los sectores donde la caída de la producción y el consumo son más agudos, no sólo para los que le temen a las reformas jubilatorias y laborales, también para el tan mentado Círculo Rojo que se pregunta cómo será un nuevo gobierno de Macri, un gobierno más desgastado, igual de débil y con pocos problemas resueltos en cuatro años. Es difícil imaginarse cinco años más de Macri, incluso tal vez para el propio presidente.

Nos encontramos con una sociedad que irá a votar con miedos; miedo a Venezuela, miedo al 2001. Seguramente parte importante de la campaña presidencial gire en torno a esos temores: hacer que votar al opuesto sea votar el caos y disminuir los temores que la propia candidatura pueda generar. Tal vez ese sea el futuro que las fuerzas políticas pueden ofrecer: lejos de la esperanza del desarrollo (que aunque necesaria hoy parece otra agenda), más cerca del orden y la protección. En síntesis, alguien que no de miedo votar y en el que confiar para evitar una nueva crisis.