Los últimos días de campaña se dirimen entre la expectativa lógica ante una elección definitoria y las consecuencias recientes del debate del domingo pasado.
Tal es así que, dada la cercanía entre ambos, este último evento adquiere valor: no como una continuidad de la campaña que se realiza por diversos medios, sino por la posibilidad única de capitalizar la situación excepcional de contar con la presencia simultánea de ambos candidatos ante el conjunto cautivo de un gran número de expectadores.
Se ha señalado que las posiciones ante el debate oscilan entre una valoración optimista que lo entiende como indicador de calidad democrática, y aquellas críticas, que lo asocian a una colonización de la política por parte del discurso televisivo.
Un punto común entre ambas posiciones es que se le otorga una relevancia cabal en cuanto a su impacto sobre las elecciones: la ilusión de convencimiento y persuasión que estaría presente como una posibilidad mesurable.
Transparente, lograble y accesible, tanto a través de una retórica argumentativa como del dominio del impacto televisivo, pareciera ser ese el horizonte de intervención que el debate propone: propuesta o chicana, manipulación o argumentación, pasiones o razón, vendrían a ser las estrategias posibles que ese escenario arroja.
En función de los requerimientos del diagnóstico y la situación previa, vendrían a planificarse y medirse las posibilidades de éxito en la contienda, asociadas a un predominio o equilibrio entre una y otra dimensión.
Hay dos aspectos que en dicha aproximación resultan problemáticos: cierta sobrevaloración de la posibilidad de torcer el rumbo a partir de una aparición televisiva y la ilusión que la estrategia adoptada sea traducida, linealmente, en conducta electoral por parte de los espectadores. Ambas suponen un intento de borrar una necesaria falta de certeza en los efectos que una aparición de esa índole produce.
Las reacciones posteriores, enfatizando lógicamente el éxito propio por parte de ambos partidos, acentúan aún más el intento de torcer la incertidumbre radical que el debate otorga como evento de campaña. Es la reaparición de esa incertidumbre lo más relevante del debate para el escenario electoral.
En un contexto en que las distintas proyecciones de intención de voto parecieran arrojar tendencias definitivas y el conjunto de las mediciones publicadas otorga un margen aparentemente cerrado, el evento mediático cobra importancia antes que por sus efectos posibles por lo que puso de manifiesto: que a pesar de todo la suerte no está echada y siempre hay un margen para la contingencia.
De fines de ciclo
Es frecuentemente señalado que el proceso que se inició en 2003 cerró un ciclo de intensas movilizaciones cuyo epicentro fue, en cuanto a efectos y repercusiones, la crisis de 2001. Ese cierre también supuso transformaciones en las formas de organización que atravesaron y protagonizaron ese episodio.
En tal sentido, un ciclo de reformulación y reacomodamiento de las formas de organización social y militancia acompañaron la construcción de una identidad política novedosa a lo largo de la década posterior.
Independientemente del resultado electoral futuro, la composición y el rol que esas organizaciones tomarán ofrece nuevos interrogantes en relación al escenario político que se abrirá.
Entre la interna y la oposición, dadas las posibilidades del balotaje, y entre las acciones que en uno u otro lugar pueden llegar a realizarse, hay un espacio amplio de posibilidades que constituye uno de los elementos de mayor interés de lo que vendrá.
* Sebastián Elisalde, sociólogo, docente UBA, becario Conicet.