24.11.2015 / Opinión

El futuro llegó hace rato

Análisis y opinión sobre el escenario político luego de las elecciones del 22 de noviembre.

por Andrés Fortunato


Durante mucho tiempo nos la pasamos puteando a los tipos que criticaban al kirchnerismo por librepensadores y ahora resulta que algunos de ellos tenían razón. Si no hacemos crítica ahora, no la vamos a hacer más y, por ende, no vamos a cambiar nunca. Si no cambiamos nunca, vamos a ser cada vez menos. Sólo se puede construir unidad, si se aceptan las diferencias. Si no, se construyen bombas de tiempo.
 
 
1.    Felicitaciones a Cambiemos. No se puede arrancar por otro lado, si entendemos que la voluntad popular es sagrada. El pueblo le dijo no al Frente para la Victoria y sí a la alianza Cambiemos. Existe una minoría que no lo entiende y pretende mostrarse como vocera de verdades reveladas frente a un nuevo gobierno que la gente votó sólo porque es “ignorante” y “ve mucho TN”. Esa minoría va a ser cada vez más minoritaria, en la medida en que siga alejándose del lenguaje de las mayorías y haga oídos sordos al mensaje del pueblo. Para que el FPV no se transforme en minoría y recupere el 54 del 2011, hay que reconocer el triunfo de Macri, felicitarlo y respetar su gobernabilidad. Esto no quiere decir que no creamos que esto sea un error y un retroceso. Néstor Kirchner en 1997: “Mire, yo pertenezco a una generación que empezó a trabajar en política con el convencimiento de que vale la pena luchar por lo que uno cree. Además, si siempre creyéramos que el que tiene la mayoría tiene razón, siempre seríamos oficialistas. ¿Sabe qué pasa? Que la gente es mucho más sensata que los dirigentes.” http://www.lanacion.com.ar/209361-menem-es-el-mariscal-de-la-derrota

2.    Aprender a ser oposición. La generación de militantes políticos a la que pertenezco hizo sus primeros pasos en política siendo gobierno, con la experiencia del 2001 todavía fresca. Conocemos sólo dos formas de hacer política: el oficialismo y la auto-gestión post-2001. O fuimos un partido político de gobierno o una banda saliendo a la calle, pero nunca un partido político opositor. Esto implicará respetar la gobernabilidad del PRO, que es respetar la voluntad de la mayoría -primer paso para volver a enamorarla-. También implicará defender las conquistas sociales que hemos alcanzado en estos años, pero sobre todo aquellas cuestiones que son de interés nacional y se proyectan hacia el futuro, es decir, recuperar la  capacidad de prometer y no solo de construir un relato sobre el pasado. Como señaló Grimson, “cuando la derecha se apropió de los términos ‘cambio’ y ‘futuro’, eso ya implicaba una derrota cultural.” (http://www.revistaanfibia.com/ensayo/la-pregunta-por-la-derrota-cultural/). Todo esto frente al partido de la revolución liberal-conservadora, que de a poco procederá a disminuir la capacidad de decisión del Estado en el mercado y la sociedad. Aun cuando el PRO sea consciente de que necesita respetar aquellos logros que la sociedad ha adoptado como propios, si no quiere chocarla.

3.    ¿Qué es el PRO? El PRO es la modernización de los partidos liberal-conservadores de la Argentina del siglo pasado, que nunca habían podido acceder al poder de forma democrática. Ciertos círculos tradicionalmente ligados con la sociedad rural, la renta financiera, la embajada norteamericana y la inteligencia británica. Por supuesto, esta modernización implicó ceder en algunas áreas de interés, pero fundamentalmente es un partido liberal y, por ende, tendiente a disminuir la capacidad de influencia de Argentina en el mundo y reducirla a una mera respuesta a intereses foráneos. El financiamiento a la Fundación de la diputada Laura Alonso por parte de uno de los fondos buitres es sólo una expresión aislada de este problema. Los Estados Unidos nunca dejaron de aplicar proteccionismo en su economía, pero siempre exportaron una doctrina económica que les permitiera insertarse en mercados extranjeros sin encontrar mucha resistencia: el liberalismo. Eso es el PRO. Buenas noticias para kelpers, ingleses, buitres y Cavallo. Aunque, con buena voluntad, esperemos estar equivocados.

4.    En este caso, Roma sí paga traidores. Las internas nos llevaron al fracaso. Si no se quiere persistir en el fracaso hay que dejar el internismo. El internismo es otra palabra para sectarismo. A esta altura, que el FPV incubó un intenso y conflictivo sectarismo es algo que todos sabemos. Sólo una autoproclamada vanguardia política puede llegar a querer entregar el país con tal de fortalecerse, porque para las vanguardias el fin siempre justifica los medios. Sólo es posible mirar hacia adelante si logramos un quiebre respecto al sectarismo que hizo que la mayoría de los dirigentes estén más preocupados por asegurarse un cargo, que por ganar. Si querés obtener resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. Aun así, si arrancamos con un pase de facturas, no va a quedar ni uno solo, porque los errores y las balas vinieron de todos lados. Si queremos apuntar con el dedo a De la Sota por usar la palabra peronismo para entregarse al anti-peronismo, también apuntemos a quienes cascotearon a Daniel Scioli desde adentro y en el minuto 89 todavía seguían sin tirarle ni un centro. Tan responsables como los cordobeses de la victoria de Macri. Aun así, Daniel dejó absolutamente todo en la cancha, demostró que el flaco no se equivocó con él. Apostaremos por la unidad y la amplitud del movimiento; si algunos prefieren restar antes que sumar, allá ellos, se desinflarán solos o se convertirán en troskos, algo que siempre fueron. Cuando el camión arranca, los melones se acomodan. Arranquemos.

5.    Los leales pueden disentir, los obsecuentes siempre traicionan. Es preciso cambiar una forma de conducir que nos hizo mucho daño e invirtió el vínculo representativo en política. No podemos seguir peleándonos por ver quién representa más a “la jefa”, en política se trabaja para representar al pueblo. Durante unos cuantos años nos dedicamos a expulsar a quienes criticaban al kirchnerismo y señalaban sus falencias. Hoy no sólo tienen razón algunos de ellos, sino que nosotros nos fuimos quedando sólo con los más obsecuentes, como si eso fuese una virtud. Por eso el peronismo que viene deberá construir una estructura firme, pero basada en una representatividad real y no meramente en la proximidad con el poder. Todos los que en los últimos años tuvieron extremo recaudo en no correrse ni dos milímetros de la línea, en las últimas tres semanas hablaron todo lo que pudieron por fuera del esquema de campaña de Daniel Scioli. No es lo mismo un leal que un obsecuente.

6.    El fin del setentismo. Decir que ahora pasamos a la “resistencia” es una falta de respeto a los compañeros que pusieron el cuerpo en la resistencia peronista desde 1955 en adelante. Una de las razones por las que se perdió la mayoría es porque se continuó aplicando una lógica setentista en la política, que descansaba sobre la idea de que la política es un conflicto entre facciones, que pueden ser clases sociales o simplemente discursos. A mayor intensificación de la construcción facciosa, menor unidad nacional. A medida que se pierde la capacidad de convocar sectores sociales ajenos y proponer la unidad nacional, nos alejamos cada vez más de las mayorías. No hay que olvidar nunca que en una democracia, si le va mal al gobierno, le va mal al pueblo. Pero para aceptar esa realidad es preciso poner los intereses nacionales por encima de los propios. Cuanto más se acentúe la retórica de la lucha, más lejos estaremos de recuperar la mayoría y más cerca de la Facultad de Sociales. Esto no quiere decir que no nos opondremos a las medidas antipopulares, que no saldremos a la calle o que no reconozcamos que exista una puja distributiva. Lo que queremos decir es que es mucho más cómodo refugiarse en una épica abstracta que trabajar en lo concreto. Los ideales sólo encuentran su realidad cuando los defendemos responsablemente. Weber lo llamaba ética de la responsabilidad. Vamos a necesitar mucha.

7.    La historia pendular argentina. En el 2015, la Argentina tuvo por primera vez la oportunidad de ponerle término a la historia pendular que siempre la atravesó. Si ganaba Daniel Scioli, se iba a romper la barrera de los ciclos políticos de 10 años y consolidar un proceso político que permitiera construir un consenso tal que ya no hubiese fuerza política que se oponga a algunas cuestiones definitorias del interés nacional. Un poco se logró esto, si tenemos en cuenta que el macrismo tuvo que kirchnerizarse para ganar, o que los propios periodistas de La Nación salen a repudiar una editorial que pide el fin de los juicios de lesa humanidad, sin que esto sea kirchnerista o antikirchnerista. Pero esa oportunidad se vuelve difusa si tenemos en cuenta lo que representa el macrismo, que debe tener en cuenta que casi la mitad de la población no quiere el ajuste y quiere la continuidad de un modelo de Estado. Es curioso que este tipo de consenso político sea un dato básico en países que los liberales PRO admiran como Estados Unidos, pero que en Sudamérica encuentre resistencia justamente por la negativa de esos mismos liberales a colaborar en la construcción de un desarrollo nacional a largo plazo. Esperemos que todos apostemos por eso ahora.

8.    La conducción del peronismo y el futuro del país. Hoy el peronismo no tiene conducción y la campaña lo demostró. Esto no va en desmedro de CFK, Daniel Scioli u otros dirigentes del movimiento; cualquiera de ellos puede asumir la responsabilidad de conducirlo. Pero para lograr eso deberá tener un liderazgo lo suficientemente fuerte como para ordenar la fragmentación galopante, así como una capacidad de diálogo lo suficientemente abierta como para incorporar los actores que se necesitan para recuperar la mayoría. La incapacidad para construir junto a sectores del peronismo pertenecientes al Frente Renovador que terminaron jugando con Macri fue producto de un sectarismo existente en los dos bandos. Tanto la soberbia K, como la voluntad de algunos dirigentes provinciales y sindicales de bajar todas las banderas históricas del peronismo para entregarle el país a Macri, impidieron la unidad del peronismo que hoy necesitamos.

9.    La cultura nacional hoy. Si bien Macri apela constantemente al diálogo y al consenso de todos los argentinos, lo hace siempre en términos de individuos y no de integrantes de una patria. La diferencia no es menor, te puede llevar también a decir que las Malvinas argentinas serían un “déficit para el país”, y que “nunca entendí los temas de soberanía en un país tan grande como la Argentina”. Para nuestro país, mucho más importante que la identificación con partidos políticos o ideologías, es la identificación con una cultura nacional. Sobre todo en la franja etaria de los que nacieron en los 90’s y, por ende, no los experimentaron del todo (tampoco fueron testigos del 2001), donde hay una politización mucho mayor que la que había antes del 2004, pero donde el macrismo cosechó muchísimos votos. La peor derrota para todos los argentinos es que la palabra “patria” se convierta en algo viejo y fuera de moda. Todavía no dimensionamos el peligro de que las nuevas generaciones cultiven un rechazo absoluto a cualquier tipo de tradición y abracen la cultura ahistórica del instante, de los flujos intermitentes de información y la ausencia de continuidad en el tiempo. Cuando digo esto no busco convertirme automáticamente en un viejo choto y aburrido. Todo lo contrario, quiero que la patria vuelva a enamorar a todos, sin edad ni extracción social, porque sé que en el fondo ya lo hace. Quizás nuestras banderas deban apelar a ese fondo de amor a la patria mucho más que a pertenencias partidarias o identificaciones del pasado.